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El origen del Anti-Café

  • Foto del escritor: Ximena
    Ximena
  • 27 feb 2018
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 2 mar 2018

The Place reabre sus puertas al público barcelonés impulsando el formato del anti-café que está comenzando a ganar fama y popularidad en otros países de Europa.


En un entorno de prisas, ruido, desayunos atropellados y gentío, el anti-café propone un freno y vuelta al disfrute de la compañía de otras personas, descanso, estudio relajado y amor por el detalle.

La idea es pagar únicamente por el tiempo que se pasa en las instalaciones.

En el caso de The Place son 5 céntimos el minuto, 3 euros la hora. El resto de servicios se incluyen en el precio. Ésto es: café, té, zona de estudio, wifi, impresora, xbox, juegos de mesa, snacks, tartas o refrescos.


Pero, ¿a quién se le ocurrió esta genialidad? El escritor ruso Ivan Mitin se encontró él

mismo con la necesidad de una zona de trabajo y descanso y en el año 2010 abrió el primer anti-café llamado Tree House.


Se buscaba que el cliente fuera autónomo, que se preocupara menos por el dinero a pagar y más por el momento social e interacción comunitaria que estaba viviendo.

Muchos lo definieron (y lo definen) como un “espacio libre”. La idea no tardó en propagarse por el país, en especial ciudades grandes como St.Petersburgo o Moscú, ampliando su popularidad de manera internacional. París fue el siguiente en imitar el formato en 2013 y pronto Londres siguió la idea.


Las zonas de este tipo de negocio se parecen más al salón de una casa que a una

cafetería normal pues la idea es olvidarse de las prisas, alejarse de la presión por

abandonar tu mesa rápido y dar lugar al siguiente cliente. El anticafé es un lugar para pasar el rato y que tu bebida, tu lectura o tus conversaciones no se te atraganten al combinarlas con el estrés del día a día. Por ello, alberga además gran variedad de actividades culturales tales como jam sessions, performances, actos teatrales, conciertos, lecturas, etc.



Quizás el público más amplio del anticafé son estudiantes y profesores ya que se convierte en un recinto de coworking, donde grupos de trabajo se juntan para debatir y realizar tareas y estudios de manera cómoda y relajada. Otra de sus mayores ofertas son las aulas de formación: el anticafé dispone de salas donde profesores de música, idiomas, baile o de cualquier otra disciplina pueden impartir sus clases de manera económica y rodeados de material conveniente tales como biblioteca, escáner o proyectores.


Ahora Barcelona parece un buen anfitrión para acoger el formato de los anti-cafés

con una demografía rica en perfiles académicos de cada vez más países distintos y un ambientemulti-cultural y abierto.


¿Seremos capaces en la capital catalana de frenar, desahogar nuestras ajetreadas agendas y disfrutar realmente, por una vez, de un buen café en compañía de conocidos y, por qué no, desconocidos?

 
 
 

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